Cambio climático, otro factor que provoca desplazamiento en Honduras
Por los huracanes y otros eventos climáticos extremos ocurren con mayor frecuencia, aumenta el número de personas que se ven obligadas a abandonar sus hogares.
Dos meses después de las inundaciones provocadas por dos mortíferos huracanes en su vecindario, Elsa* finalmente se armó de valor para ver en qué condiciones se encuentra su casa. En el trayecto, el agua le llegaba al cuello.
Se encontró con algo devastador. El vecindario, que se ubica a las afueras de San Pedro Sula, Honduras, es un área altamente delictiva, donde imperan las despiadadas pandillas. El área quedó cubierta por una gruesa capa de lodo, a tal grado que los techos de metal corrugado eran lo único que podía verse de las casas.
Elsa y su familia abandonaron la zona cuando el huracán Iota, una tormenta de categoría cuatro cuyos vientos llegaron a 155 millas por hora, golpeó el 18 de noviembre de 2020 y provocó precipitaciones de 63 centímetros en una zona que ya se encontraba saturada por el huracán Eta, otra tormenta de categoría cuatro que había golpeado las mismas áreas en Honduras, Guatemala y Nicaragua apenas dos semanas antes. Los huracanas Iota y Eta marcaron el fin de una temporada de huracanes que rompió récord en el Atlántico porque se detectaron treinta tormentas.
“Nunca había visto una tormenta de este tipo”.
En medio del aguacero que llegó con el huracán Iota, el río en la cercanía se desbordó e inundó el vecindario de Elsa. Algunas casas fueron arrastradas por el agua, y muchas otras quedaron cubiertas por un lodo pegajoso y lleno de escombros.
Elsa y su familia lograron escapar a un albergue en un punto alto de la localidad. Al salir, apenas pudieron tomar un par de prendas. Sin embargo, al cabo de unas horas, las aguas llegaron al albergue; por tanto, la familia tuvo que huir nuevamente.
Según cifras oficiales, tan solo en Honduras, más de cuatro millones de personas se vieron afectadas por los huracanas Iota y Eta. Elsa y su familia corrieron con suerte: sobrevivieron a ambas tormentas y lograron permanecer por meses en un albergue; mientras tanto, el vecindario recaudó fondos para rentar una excavadora para retirar el lodo y el agua estancada que cubrieron la comunidad.
“Lloré cuando vi la destrucción causada por las tormentas. Nunca había visto algo así”, comentó Elsa, cuya modesta casa dejó de ser habitable a causa del lodo. “Nunca había visto una tormenta o un huracán de este tipo”.
Como no pueden volver a casa, Elsa, su hija de cinco años, su madre, sus hermanas y sus sobrinos se alojaron con amistades y familiares en otro punto de San Pedro Sula. Al estar en un lugar más alto, se sienten mejor preparadas para hacer frente a tormentas futuras; no obstante, ahora enfrentan otros riesgos, que son potencialmente letales: una pandilla atemoriza a la localidad exigiendo el pago de extorsiones, obligando a las personas a que se unan a sus filas y aplicando sus propias normas.
Por desgracia, volver a su antiguo vecindario, que también es controlado por una pandilla, no es una alternativa.
“Las pandillas se han aprovechado de la vulnerabilidad de las víctimas de los huracanes para aumentar el control y restringir la movilidad”, comentó Andrés Celis, representante de ACNUR en Honduras. “Volver podría ser peligroso para muchas personas desplazadas por las tormentas”.
Los huracanes siempre han formado parte de la vida en San Pedro Sula y en toda la costa caribeña de Honduras. Sin embargo, la devastadora naturaleza de las tormentas del año pasado y el hecho de que golpearon una después de la otra sugieren patrones nuevos y más violentos a causa del cambio climático. En Honduras, las comunidades que han llegado al límite a raíz de la violencia que ejercen las pandillas quizás deban enfrentar un desastre tras otro, sin tiempo o recursos para recuperarse.
Alrededor de 247.000 personas han sido desplazadas al interior del país, y otras 183.000 han solicitado protección internacional en otras latitudes. Si bien no es posible determinar en qué medida los eventos climáticos extremos – como los huracanes Iota y Eta – han jugado en las decisiones de las personas que optan por huir, queda claro que el cambio climático se ha convertido en otro factor que obliga a la población hondureña a abandonar sus hogares y comunidades.
El cambio climático también está causando estragos en otras partes de Centroamérica, donde los cultivos mueren una temporada detrás de otra. En este contexto, los agricultores de subsistencia y otras personas se están desplazando en lo que se conoce como “corredor seco”, una franja territorial que atraviesa Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. Y esto es apenas el comienzo. En su último informe, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) comentó con “cierta contundencia” que, entre otras cosas, “algunas zonas costeras se verán afectadas por el aumento de los niveles del mar, así como cambios extremos en el clima”.
“La casa se inundó. Los cimientos fueron arrastrados, y la estructura colapsó”.
Denis Hernan Lobo, un trabajador de la construcción de 44 años, vio cómo se desmoronaba su vida mientras los huracanes Iota y Eta acertaban un golpe contra la tierra.
Lobo, su esposa y sus cuatro hijos vivían en una casa de hormigón a las afueras de San Pedro Sula. Aunque el huracán Eta la abofeteó, la casa sobrevivió y quedó prácticamente intacta. Sin embargo, menos de dos semanas después, la construcción sucumbió ante la fuerza del huracán Iota, la tormenta más poderosa que ha golpeado a Honduras.
“Cuando el nivel de agua aumentó, nos refugiamos en una iglesia. Cuando regresamos, no quedaba nada”, recordó Denis. “La casa se inundó. Los cimientos fueron arrastrados, y la estructura colapsó”.
Las pandillas o maras se apoderaron del vecindario, y la esposa de Denis lo dejó por uno de sus integrantes.
“Le pedí que volviera a casa con nuestros hijos, pero ella (y su nueva pareja) me dijeron que me fuera o él me mataría”, indicó Denis. “No estaba seguro en ninguna parte de Honduras, así que tuve que irme”.
Denis envió a dos de sus hijos con su hija, que ya es adulta y vive en un pueblo cercano. En abril, Denis y el más chico de sus hijos (cuatro años de edad), emprendieron el camino para solicitar asilo en Estados Unidos.
En el noreste de México cruzaron Río Grande en una balsa hacia Texas, pero fueron detenidos por la patrulla fronteriza. Padre e hijo fueron expulsados a Tijuana, una ciudad fronteriza en México; y actualmente viven en un albergue para migrantes. Denis aún espera solicitar asilo en Estados Unidos, donde viven una hermana y tía suyas.
“La mejor opción que tenemos es reunirnos con nuestra familia en Estados Unidos”, dijo mientras añadía: “No podemos volver a casa”.
*Los nombres se cambiaron por motivos de protección.