Hondureño dedica su vida a rescatar a la juventud de las peligrosas pandillas
Tras el asesinato de uno de sus hermanos, Santiago Ávila y su familia tuvieron que buscar protección en otra región de Honduras.
Tras el asesinato de uno de sus hermanos, Santiago Ávila y su familia tuvieron que buscar protección en otra región de Honduras. Desde entonces, Santiago se ha dedicado a evitar que otras familias corran con la misma suerte.
Cuando tenía poco más de veinte años, Santiago Ávila solo tenía una cosa en la mente: la música. Como cantante de una banda de heavy metal, su vida giraba en torno a la música, a tal grado que obvió la dura realidad de su ciudad natal, Tegucigalpa, la capital de Honduras, donde el dominio de las pandillas armadas se ha extendido y donde rechazar sus ofertas puede ser letal.
Hace once años, esa realidad reventó la burbuja musical de Santiago y destruyó su mundo: Mauricio, el segundo de sus cuatro hermanos, fue brutalmente asesinado a los dieciséis años por una pandilla local después de que un familiar suyo no pagara la deuda que tenía con uno de los integrantes de la pandilla.
“Cuando mataron a mi hermano, todo se derrumbó”, comentó Santiago, que ahora tiene 33 años. “Mi familia sigue en duelo”.
Por desgracia, los problemas de la familia no terminaron con la muerte de Mauricio. Poco después, al golpear a un pandillero que asaltó a su novia, el tercer hermano de Santiago rompió el código de conducta no escrito que reina en los vecindarios gobernados por las pandillas. Por temor a sufrir represalias, la familia Ávila abandonó su hogar en Nueva Capital, un vecindario en Tegucigalpa. Primero, se dirigieron a una región alejada dentro de Honduras; luego, se trasladaron al extranjero.
La violencia endémica ha desplazado, por lo menos, a 247.000 personas dentro del país, y se estima que 185.000 personas lo han abandonado. En ambos casos, las personas huyen con pocas pertenencias: apenas lo que cabe en una mochila.
A raíz de las tragedias por las que atravesó su familia, a Santiago lo consumían pensamientos sobre jóvenes hondureños como sus hermanos, quienes, con demasiada frecuencia, ven truncados sus sueños y futuro por la violencia, o bien, se ven obligados a dejar todo atrás. Poco después de un año desde la muerte de Mauricio, Santiago decidió regresar a Tegucigalpa para trabajar con la juventud necesitada. Ayudó a fundar Jóvenes contra la Violencia, una organización que, por medio de actividades, apoyo y estructura, se dedica a ofrecer a la juventud en situación de vulnerabilidad alternativas frente a las pandillas.
“Sentí que era muy cobarde simplemente irme, sin tratar de hacer algo por otras personas”, comentó Santiago, quien añadió que lo movió la necesidad de “tratar de salvar la vida de los jóvenes para que su destino sea distinto al de mi hermano o al mío”.
Por la labor que lleva a cabo para crear espacios seguros para la niñez, la adolescencia y la juventud, que en muchos casos han sido desplazadas dentro de su propio país o corren el riesgo de tener que abandonar sus comunidades a causa de la violencia que ejercen las pandillas, Santiago ha sido seleccionado como ganador regional en las Américas del Premio Nansen para los Refugiados del ACNUR, un galardón que se otorga cada año para reconocer a quienes han realizado grandes hazañas con el propósito de apoyar a las personas desplazadas y apátridas.
En la década que ha transcurrido desde su fundación, Jóvenes contra la Violencia pasó de ser un desorganizado grupo de jóvenes que se reunía en cafeterías para diseñar estrategias sobre cómo romper el aparentemente interminable ciclo de la violencia, y se convirtió en una prominente y respetada organización que ocupa un sitio en la toma de decisiones. Para que las personas jóvenes – cuya tumultuosa vida familiar y deprimentes perspectivas de futuro las convierten en reclutas idóneos para las pandillas que les prometen estatus y dinero fácil – puedan oponer resistencia a las insinuaciones de las pandillas, el propósito principal del grupo es ofrecerles un sentido de pertenencia.
Alrededor de 400 voluntarios inundan las calles de peligrosas ciudades y vecindarios en Honduras con el objetivo de sumar niñas, niños, adolescentes y líderes comunitarios a la organización, la cual ofrece una gran variedad de actividades deportivas, sesiones de orientación y actividades para fortalecer el tejido comunitario. Además, se acercan a las familias que se encuentran al borde del desplazamiento forzado, del tipo que enfrentó la familia Ávila; y, tras mediar con líderes repestados por toda la comunidad, la organización intercede para que estas familias no tengan que abandonar su hogar.
Paradójicamente, muchas de las personas jóvenes que colaboran con la organización son hijas e hijos de miembros de las pandillas que hacen lo posible por evitar que sigan sus peligrosos pasos. En parte debido a este hecho, el grupo puede operar sin que las pandillas interfieran y sin sufrir violencia por parte de éstas.
Aunque resulta imposible llevar un conteo preciso del número de personas que han recibido asistencia de Jóvenes contra la Violencia a lo largo del tiempo, una modesta estimación sugiere que son decenas de miles. Quienes se han graduado de la organización, se han convertido en profesionales del derecho o del trabajo social, o bien, se integraron a la función pública.
“Haberme unido a Jóvenes contra la Violencia aumentó mi esperanza de vida”, señaló Edras Levi Suazo, de 25 años, quien se integró al grupo hace siete años y, ahora, funge como director de comunicaciones. “Pensaba que alguien ya me habría asesinado para cumpliera 20 años. Jóvenes contra la Violencia no solo salvó mi vida, sino que me ha mostrado mi valor como persona”.
Para Santiago, fue gracias a su familia que logró mantenerse alejado de las pandillas. A pesar de las dificultades que surgieron a raíz del asesinato de Mauricio y a pesar del trauma causado por el desplazamiento interno que le siguió, la familia Ávila se mantuvo unida, lo cual les dio a Santiago y a sus hermanos la fuerza que necesitaban para oponer resistencia a las pandillas.
“Creo que mi familia – el amor de mi madre y el sentido de responsabilidad de mi padre – jugaron un papel fundamental cuando llegó el momento de decidir si me uniría a una pandilla para vengar la muerte de mi hermano o si buscaría otra forma de hacer algo por la juventud de mi país”, contó mientras añadía que su trabajo con Jóvenes contra la Violencia tiene dos vertientes: por un lado, si bien se entrega a manos llenas, ha recibido mucho a cambio.
“He aprendido a apreciar los detalles, a ser tolerante, a valorar la verdadera amistad. He aprendido a dar un poco más de mí; y, sobre todo, he aprendido a escuchar”, comentó.