Artículo de opinión del Secretario General sobre el Grupo de Respuesta a la Crisis Mundial “La guerra en Ucrania: un asalto silencioso al mundo en desarrollo”
Las Naciones Unidas se esfuerzan para dar apoyo a las víctimas inocentes de esta guerra, tanto dentro como fuera de Ucrania, hacemos un llamado a la paz.
Para el pueblo ucraniano, la invasión rusa es una pesadilla real, una catástrofe humanitaria de dimensiones aterradoras.
La guerra, sin embargo, también se está convirtiendo a pasos agigantados en una cuestión de vida o muerte para las personas vulnerables de todo el mundo.
Todos hemos presenciado la tragedia que se ha desencadenado en Ucrania: ciudades arrasadas, personas que sufren y mueren incluso en sus casas y en las calles, la crisis de desplazados más rápida vista en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Pero más allá de las fronteras de Ucrania, muy lejos de los focos de los medios de comunicación, la guerra ha lanzado un silencioso asalto contra el mundo en desarrollo. La presente crisis bien podría arrastrar a 1.700 millones de personas —más de una quinta parte de la humanidad— a la pobreza, la indigencia y el hambre en una escala no vista en décadas.
En Ucrania y la Federación de Rusia se genera un 30 % del trigo y la cebada de todo el planeta, así como una quinta parte del maíz y más de la mitad del aceite de girasol mundial. El total de su producción de cereales alimenta a las personas más pobres y vulnerables, y ambos países aportan más de un tercio del trigo que importan 45 países africanos y menos desarrollados.
Al mismo tiempo, Rusia es el principal exportador de gas natural y el segundo exportador de petróleo más importante del mundo.
Pero la guerra impide ahora que los agricultores atiendan sus cultivos, y también ha cerrado los puertos, ha puesto fin a las exportaciones de grano, ha interrumpido las cadenas de suministro y ha provocado que los precios se disparen.
Muchos países en desarrollo se las ven y se las desean todavía para reponerse de los efectos de la pandemia de COVID-19, una circunstancia a la que cabe sumar la carga de la deuda histórica y una inflación desbocada.
Desde comienzos de 2022, los precios del trigo y el maíz han aumentado en un 30 %.
El precio del petróleo Brent ha aumentado más del 60 % en el último año, mientras que los del gas natural y los fertilizantes se han duplicado con creces.
También algunas de las operaciones vitales de las Naciones Unidas están sometidas a una gran presión. El Programa Mundial de Alimentos advierte de que se enfrenta a una decisión imposible: dejar de asistir a quienes pasan hambre para poder alimentar a quienes mueren de hambre. El Programa necesita urgentemente 8.000 millones de dólares para apoyar sus operaciones en el Yemen, el Chad y el Níger.
Algunos países están pasando ya de una situación de vulnerabilidad a otra de crisis y se están produciendo graves disturbios sociales. Y como bien sabemos, las raíces de muchos conflictos están en la pobreza, la desigualdad, el subdesarrollo y la desesperanza.
Pero así como buena parte del mundo se ha solidarizado con el pueblo de Ucrania, no hay ni rastro de un apoyo similar para los otros 1.700 millones de víctimas de esta guerra.
Tenemos el claro deber moral de prestarles ese apoyo, allí donde se encuentren.
El Grupo de Respuesta a la Crisis Mundial en materia de Alimentación, Energía y Finanzas que puse en marcha el mes pasado tiene por objetivo elaborar soluciones coordinadas a estas crisis interrelacionadas junto con los Gobiernos, las instituciones financieras internacionales y otros socios clave. Vaya mi agradecimiento para los líderes mundiales de todos los sectores que apoyan esta iniciativa.
En cuanto a los alimentos, instamos a todos los países a que mantengan abiertos los mercados, a que no caigan en acaparamientos y restricciones injustificadas e innecesarias a las exportaciones y a que pongan las reservas a disposición de los países con mayor riesgo de caer en el hambre y la hambruna.
No es este el momento para proteccionismos. Hay alimentos suficientes para que todos los países superen esta crisis si actuamos de consuno.
Los llamamientos humanitarios deben contar con financiación plena, incluido el Programa Mundial de Alimentos. Es así de fácil: no podemos permitir que en pleno siglo XXI haya gente que muere de hambre.
En cuanto a la energía, el uso de las reservas estratégicas y las reservas adicionales podrían ayudar a aliviar esta crisis energética a corto plazo.
Pero la única solución a medio y largo plazo es acelerar el despliegue de las energías renovables, que no se ven afectadas por las fluctuaciones del mercado. Esto permitirá la eliminación progresiva del carbón y demás combustibles fósiles.
Y en cuanto a las finanzas, el Grupo de los 20 y las instituciones financieras internacionales deben asumir un estado de emergencia. Es preciso que encuentren formas de aumentar la liquidez y el margen de maniobra fiscal para que los Gobiernos de los países en desarrollo puedan invertir en los más pobres y vulnerables y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Ese debería ser un primer paso hacia reformas profundas de nuestro injusto sistema financiero mundial, que hace a los ricos más ricos y a los pobres más pobres.
La protección social, incluidas las transferencias de efectivo, será esencial para asistir a las familias desesperadas durante esta crisis.
Sucede, sin embargo, que muchos países en desarrollo con una enorme deuda externa carecen de la liquidez necesaria para proporcionar esas redes de protección social. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras esos países se ven obligados a elegir entre invertir en sus ciudadanos o saldar sus deudas.
La única solución duradera a la guerra en Ucrania y su amenaza para las personas más pobres y vulnerables de todo el mundo es la paz.
Al tiempo que las Naciones Unidas se esfuerzan para dar apoyo a las víctimas inocentes de esta guerra, tanto dentro como fuera de Ucrania, hacemos un llamamiento a la comunidad mundial para que hable con una sola voz y apoye nuestra petición de paz.
Esta guerra debe terminar ya.