La pandemia del COVID-19 ha puesto patas arriba el mundo laboral.
Todo trabajador, toda empresa y todo rincón del planeta se han visto afectados.
Se han perdido cientos de millones de empleos.
Según las previsiones, quienes trabajan arduamente en el sector informal, a menudo sin derechos laborales ni protección social, sufrieron una reducción de sus ingresos del 60 % solo en el primer mes de la crisis.
Las mujeres se han visto especialmente perjudicadas, dado que trabajan en muchos de los sectores más afectados y además soportan la mayor parte de una carga de trabajos de cuidados no remunerados que va en aumento.
La juventud, las personas con discapacidad y muchas otras personas enfrentan enormes dificultades.
Muchas pequeñas y medianas empresas, que son el motor de la economía mundial, tal vez no sobrevivan.
Esta crisis del mundo laboral está echando leña al fuego del descontento y la angustia.
El desempleo y la pérdida de ingresos a gran escala a causa del COVID-19 están erosionando aún más la cohesión social y desestabilizando países y regiones, desde el punto de vista social, político y económico.
Puede que muchas empresas y trabajadores se hayan adaptado de manera innovadora a las circunstancias cambiantes. Por ejemplo, millones de personas han pasado de la noche a la mañana a trabajar a través de Internet y en muchos casos los resultados han sido sorprendentes.
Pero las personas más vulnerables corren el riesgo de que su vulnerabilidad aumente aún más, y los países y las comunidades pobres podrían quedar todavía más rezagados.
Debemos actuar en tres frentes:
Primero, debemos proteger de inmediato a los trabajadores, las empresas, los empleos y los ingresos en riesgo para evitar cierres, la pérdida de empleos y la reducción de los ingresos.
Segundo, debemos prestar más atención tanto a la salud como a la actividad económica una vez que se flexibilice el confinamiento, para que los lugares de trabajo sean seguros y se respeten los derechos de las mujeres y las poblaciones en riesgo.
Tercero, debemos poner en marcha ya una recuperación inclusiva, ecológica y sostenible y centrada en el ser humano en que se aproveche el potencial de las nuevas tecnologías para crear empleos decentes para todo el mundo, así como las maneras creativas y positivas en que las empresas y los trabajadores se han adaptado a los tiempos que corren.
Se habla mucho de la necesidad de una “nueva normalidad” después de la crisis.
Pero no olvidemos que, antes del COVID-19, el mundo estaba lejos de ser normal.
El aumento de las desigualdades, la discriminación de género sistémica, la falta de oportunidades para la juventud, el estancamiento de los salarios, el cambio climático fuera de control... Nada de eso era “normal”.
La pandemia ha puesto de manifiesto enormes deficiencias, fragilidades y fisuras.
El mundo laboral no puede ni debe ser igual que antes de la crisis.
Ha llegado el momento de adoptar medidas coordinadas a nivel mundial, regional y nacional para crear trabajo decente para todo el mundo como base de una recuperación ecológica, inclusiva y resiliente. Por ejemplo, algo que podría ayudar en gran medida a avanzar en esa dirección es gravar con impuestos las emisiones de carbono, en lugar de las nóminas de sueldos.
Si se adoptan medidas inteligentes y oportunas a todos los niveles y se toma como guía la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, podemos salir fortalecidos de la crisis, con mejores empleos y un futuro mejor, más equitativo y más ecológico para todo el mundo.